Anatomy of an unserious business

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El lado no amable de la creciente cultura del coworking

El tiempo asignado al trabajo, la formalidad y la estabilidad del puesto y la concentración, entre los desafíos que se acentúan en esta modalidad Crédito: Shutterstock

El concepto de coworking parecía solo una moda pasajera en el ámbito de las tecnologías. Sin embargo, compañías como WeWork y otras se han vuelto ubicuas en el paisaje urbano: redefinen la idea misma de oficina y cambian hábitos del mundo laboral. Pero, aunque el ahorro de dinero y de espacio para muchos negocios es ostensible y a la vez se le facilita al emprendedor sin recursos competir con corporaciones de capital más fuertes, cada vez más voces se empiezan a preguntar cómo estas dinámicas contribuyen a una informalización y cuáles son los costos psicológicos de esta inestabilidad en el trabajo.

El coworking tuvo sus inicios en comunidades creativas y era practicado principalmente por intelectuales y artistas, que compartían espacio, materiales y proveedores. Usaban lugares abandonados o rentaban en zonas donde el costo de alquilar era más bajo. Esto evolucionó y se convirtió en una modalidad característica de las startups que florecieron en San Francisco en los 90. Lo que en un principio era una idea cuya estética y multifuncionalidad provenía de la necesidad de trabajar y, a veces, vivir en el mismo lugar, se transformó en un modelo de negocios. Así, el coworking 2.0 que conocemos como algo cool, moderno y apto para trabajadores digitales, no es más que un repackaging del original.

“Cuando empresas como Google comenzaron con esta tendencia de alimentar, dar masajes y hasta jugar al doctor con sus empleados, estas ventajas se suponía que ayudarían a las compañías a atraer al mejor talento y mantener a los empleados más tiempo en sus escritorios. Pero hoy esta cultura se ha infiltrado en todo el mundo corporativo”, dice Erin Griffith, periodista de The New York Times, quién se pregunta por estos hábitos en su artículo ¿Por qué los jóvenes hacen que aman su trabajo?.

Hoy muchas compañías buscan parecerse a Google y Facebook. Pero mientras su modelo laboral promete libertad, customización y sinergia grupal con perfectos desconocidos, también promueve el trabajo free lance por sobre la estructura tradicional, con sus pro y sus contras. Esto último es especialmente relevante en tiempos de inestabilidad.

“Si a esta modalidad la ubicamos en las diferentes culturas, va a tener una inserción completamente diferente. No es lo mismo el concepto de coworking en Suecia, Francia o Estados Unidos que en la Argentina, donde no llegamos a ser emergentes reales y, por lo tanto, estas modalidades están más orientadas a reducir costos y tienen un claro perfil de precariedad, ya que el sujeto no se encuentra ligado a la estructura edilicia y el esquema organizacional de una empresa”, advierte Eduardo Burga Montoya, integrante de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).

¿Cómo afectan estos formatos a la creciente fuerza free lance y emprendedora? Griffith advierte sobre el lado no tan brillante del fenómeno, en referencia al fomento del workaholismo performático, con especial incidencia en los más jóvenes, que tienen como algo aspiracional no solo triunfar, sino también amar lo que hacen. Y hacerlo continuamente.

Así, el gigante WeWork va en camino a convertirse en el “Starbucks de la cultura de oficina”, tras haber exportado su negocio a 27 países, con más de 400.000 inquilinos. No parece casualidad que su fundador haya anunciado hace unos meses un rebranding y que ahora se llame WeCompany, para reflejar la expansión hacia áreas residenciales y el ámbito educativo. ¿La idea? Acompañar todos los aspectos de la vida de una persona. Y es por eso que cada vez más desarrollos inmobiliarios incluyen gimnasios, lugares recreativos, espacios de coworking y hasta cafeterías.

En un mundo cada vez más urbano y con el costo de la propiedad creciente, todo indica que el coworking llegó para quedarse. “Los espacios de coworking son una expresión de la informalización del mercado de trabajo. En teoría, para ayudar al nómade digital, se ofrece un lugar y una comunidad como antídoto al aislamiento que el entrepreneurismo o el freelancismo proponen, pero también se genera una menor paga y un mayor nivel de inseguridad que impacta en la salud. Como los espacios, los empleados terminan siendo, muchas veces, temporales”, evalúan en The Guardian, en una nota sobre la invasión de esto espacios en Londres.

Según cifras oficiales, WeWork es el segundo mayor ocupante de espacio para oficinas en esta ciudad europea, detrás del gobierno. Y supera, en materia inmobiliaria, a gigantes como JP Morgan en otros centros urbanos como Nueva York. Otras compañías de coworking como la holandesa Spaces, que acaba de sumar sucursales en Estados Unidos, Europa y Asia, están expandiéndose rápidamente alrededor del mundo.

Al generarse espacios tan fluidos de conexión entre ocio y trabajo, a muchos empleados se les dificulta poner límites. Y terminan trabajando más horas y relegando tiempo para otras tareas. Desde lo estructural, este esquema genera una informalización que se traduce en estrés y ansiedad. Algunos consideran que, en vez de alquilar costosos espacios de coworking, las empresas tendrían que pensar cómo revertir la precarización moderna del empleo.

“El impulso lo da el crecimiento de la actividad independiente, no solo como dinámica laboral, sino también como valor de época. Crece la cantidad de gente que, inspirada por el espíritu emprendedor, prefiere la libertad a la seguridad. A veces subestimando la complejidad de la independencia y siendo mucho más duros con sí mismos que cualquier jefe. Esta tendencia se consolida e impulsa la lógica del coworking como upgrade de un primer intento fallido para satisfacer la demanda de autonomía: el home office. Este nuevo modelo aporta la sociabilizacion imprescindible de la que adolecía aquel”, aporta Sil Almada, directora de Almatrends Lab.

“Es difícil, porque hasta que uno no maneja bien los recursos puede excederse en los límites (como pasa con el celular). Depende de lo humano más que de la oportunidad del coworking, que no solo permite tener un espacio con muchos recursos y menor inversión, sino que también facilita la interacción laboral con personas que hacen cosas diferentes y con las que uno puede asociarse. En este sentido puede ser una oportunidad”, dice el psiquiatra Harry Campos Cervera.

Habiendo encontrado el aparente punto de equilibrio entre independencia y sociabilidad, el coworking puede tener para algunos una desventaja en cuanto al ideal de productividad tan buscado: la falta de concentración. “Sería injusto endilgarle toda la responsabilidad a este nuevo formato laboral. La fuga de atención y la dificultad para hacer foco es un mal de época propio de la actual sociedad de la distracción. Como todo fenómeno nuevo, una vez que pasa la novedad, los usuarios comienzan a detectar fortalezas y debilidades”, cierra Guillermo Oliveto, CEO de la consultora W.

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